La cruel realidad de los olvidados de Artigas
Editorial jueves 22 de Agosto de 2024.
26/08/2024RedacciónEn la periferia de la ciudad de Artigas, lejos del bullicio del centro y de las luces que adornan nuestra principal Avenida Lecueder, se esconde una realidad que pocos quieren ver, pero que todos conocen: la vida de miles de personas que luchan día tras día por lo más esencial. Familias enteras, muchas con niños pequeños, se enfrentan a la cruda realidad de no tener suficiente para comer, vestir o calzar.
Esas necesidades básicas, que para otros pueden ser rutinarias, se convierten en una batalla diaria para quienes viven en condiciones de pobreza extrema.
Es en esos rincones olvidados donde la desesperanza se mezcla con la indignación. Allí, la falta de comida es solo el comienzo de un ciclo interminable de privaciones.
La ausencia de ropa adecuada para el frío invierno, de calzado para que los niños puedan caminar dignamente a la escuela, y de un techo seguro que proteja de las inclemencias del tiempo, son realidades cotidianas para demasiadas familias en Artigas.
Lo más doloroso es la constatación de que estas personas, muchas veces invisibles para la sociedad, solo se vuelven visibles en tiempos electorales.
Es entonces cuando la clase política, con sonrisas amplias y promesas huecas, aparece en las barriadas más humildes para pedir un voto.
Votos que, se dice, son la voz del pueblo, pero que en realidad se han convertido en un simple trámite para quienes buscan mantenerse en el poder.
Tras la jornada electoral, aquellos que antes prometían cambiarlo todo regresan a sus oficinas y a sus vidas acomodadas, mientras que las fotos de sus “solidarias” visitas a los barrios pobres inundan las redes sociales.
Esas imágenes, llenas de gestos que parecen humanos, en realidad son un cruel recordatorio de cómo se utiliza la pobreza como escenario para la propaganda política.
Pero después de la foto, después del “like” y del retweet, la realidad no cambia.
Los platos siguen vacíos, las ropas siguen rotas, y las promesas quedan, una vez más, en el olvido.
Es lamentable, pero necesario, denunciar este comportamiento que refleja lo peor de nuestra sociedad: la instrumentalización del sufrimiento humano para ganar popularidad. Porque detrás de cada foto compartida, detrás de cada discurso vacío, hay vidas que siguen sumidas en la desesperación, en la espera de una ayuda real que nunca llega.
Los habitantes de estas periferias no son solo votantes, son personas con derechos, ciudadanos que merecen dignidad y respeto.
Necesitan más que palabras bonitas, necesitan acciones concretas que transformen su realidad. La política debe ser una herramienta para cambiar vidas, no para construir carreras personales a costa del sufrimiento ajeno.
Es hora de que los gobernantes y aspirantes a cargos públicos comprendan que su misión no es solo pedir el voto cada cinco años, sino trabajar día a día para mejorar la vida de todos, especialmente de aquellos que más lo necesitan. La pobreza no debería ser un accesorio para las campañas políticas, sino una urgencia moral que todos deberíamos estar comprometidos a resolver.
En lugar de posar para la cámara, deberían arremangarse y empezar a cumplir con las promesas que han hecho, no solo para ganar votos, sino para devolverle la esperanza a quienes la han perdido.
Porque hasta que eso no ocurra, cada voto obtenido en esos barrios marginales será un testimonio del fracaso de nuestra sociedad.
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