En los últimos días estamos viviendo episodios de protesta sindical que van más allá de la vida normal y deseable de la actividad gremial.
Los de la educación, ya inveterados en sus prácticas coactivas, persisten con paros, insultos y actos de desacato por la disposición del Codicen, que separó del cargo al Director del Instituto Vázquez Acevedo por negarse a acatar la autoridad superior. Se trataba simplemente de que el espacio, en un corredor, que ocupaba el centro de estudiantes, tenía que ser trasladado para poder instalar una rampa en la entrada del establecimiento. Con una desproporción pocas veces vista, a la gremial estudiantil se le sumaron los profesores que esta semana volvieron a hacer un paro en Secundaria en defensa del Director sumariado.
En ese lugar, el desborde es proporcional a la ignorancia, porque el joven activista del IAVA que lidera la protesta, cuando en una manifestación la autoridad pública le exigía que se retirara, llegó a decir que la ley «no le representaba». Es como un rapiñero que se excuse en que el Código Penal «no le representa». Pero eso ocurrió y se publicó.
Luego vino la situación de ANCAP en Paysandú, cuando el gremio no sólo protestó por el llamado del Ente a asociados para la deficitaria sección de Portland, sino que insultó al Presidente. Lo trataron de mentiroso y a los gritos le reclamaban una audiencia que ni siquiera habían pedido y que por cierto no tenía objeto si descalificaban al interlocutor.
Por supuesto, no está en juego el empleo de nadie. Ancap se hace cargo de la situación del personal. El tema es que la empresa del Estado no debe seguir manteniendo una actividad deficitaria, no tiene porqué seguir perdiendo dinero. Quienes dicen ser sus enamorados, debieran entender que a ANCAP solo se la defiende cuando no se la obliga a perder.
No hemos escuchado excusas del PIT-CNT. Nadie ha expresado el menor arrepentimiento por la acción. Quizás no adviertan la penosa significación de un acto de esta naturaleza, en su dimensión institucional. En la célebre comedia de Moliere, el «burgués gentilhombre», hablaba en prosa y no sabía. Estos buenos señores, una vez más, cometen actos fascistas sin advertir que lo sean. Insultar al Presidente es eso, les guste o no.
En la propia prensa no ha mediado la necesaria expresión de rechazo a esta práctica notoriamente antidemocrática.
Para culminar, el sindicato de OSE también se dedicó a enchastrar la sede del organismo, en una protesta por la puesta en marcha de un proyecto vital para el país. Se trata de la respuesta de fondo a la vulnerabilidad del abastecimiento de agua a Montevideo y la zona metropolitana. Esa situación dramática que hoy vivimos es consecuencia de la incuria de los gobiernos anteriores que no invirtieron. No reconocieron la prioridad que el Senador Fernández Huidobro y el Ministro Astori habían señalado. Como dijo este último, el Presidente Vázquez optó por aceptar la inversión del Antel Arena. Nuestro colega Mujica también fue claro en asumir la responsabilidad por la omisión. «Yo asumo la mía», dijo enfáticamente, «que cada cual asuma la suya».
El sindicato se agravia de que este proyecto se lleve adelante por una iniciativa privada, que se encuadra en el monopolio de OSE, único usuario de la producción de este nuevo establecimiento. Podrá no gustarle la solución pero es la mejor para obtener una financiación privada, en un caso en que ésta es posible.
Este sindicato, como suele ocurrir en general con el Frente Amplio, sólo piensa en la inversión estatal, que tiene límites, porque nuestro endeudamiento está ya en el 60% del PIB y no podemos seguir ampliándolo alegremente. Esa inversión debe destinarse preferentemente a aquellas obras que no tienen la posibilidad de atraer inversiones privadas, que de ese modo ensanchan la capacidad del Estado para atender necesidades colectivas de toda la sociedad. Esto no es disminuir el Estado sino lo contrario, reforzar su capacidad de acción.
Más allá de los temas de fondo, nos preocupa el tono, la descalificación, la falta de sentido republicano, en un país en que vivimos una democracia ejemplar.
Estamos a 50 años del golpe de Estado y su lección más fuerte es, justamente, la de que no perdamos la tolerancia. Porque si entonces perdimos la libertad fue porque antes habíamos perdido la tolerancia y, en consecuencia, la paz.
Fuente: Correo de los Viernes