

Los seres humanos, si nosotros necesitamos un relato.
No nos basta con vivir, perder, ganar, necesitamos explicar, como en el Barroco, lo que nos pasa, inventar explicaciones y, muchas veces, complicarnos la existencia con narrativas internas que no son reales.


Y no es indirecta para nadie
estimados lectores…
Vemos una mirada neutra y pensamos que nos juzgan. Escuchamos un silencio y lo transformamos en traición.
¿Y si así fuera? ¿Realmente nos importa o nos afecta lo que hace el otro?
Una palabra inocente se convierte, en herida. Pero esto es porque vivimos al borde del vacío existencial.
El cerebro odia los vacíos, y si no los llenamos con hechos, los llenamos con suposiciones, o predicciones, o mentiras. ¿No?
Y ahí es donde aparece lo curioso raro, si no lo existe un problema, propio o con otra persona, nos lo inventamos.
Y lo peor es que luego actuamos como si ese invento fuera verdad.
Hoy ese mecanismo encontró un escenario perfecto, las redes sociales.
Los berrinches en Facebook, publicaciones cargadas de indirectas, de quejas dramáticas y de frases vagas que todos entienden como dirigidas a alguien, y muchas veces no, como lo es este artículo, son la muestra más clara de esa necesidad de narrar un conflicto, aunque sea inventado. Un bolazo, que se hace real y se vive en carne, que lleva alguien odio irracional. Si no hay un problema real, se fabrica.
Si no hay un enemigo, se elige el primero que esté en el camino.
Si no hay público, se fuerza a que lo haya.
Lo curioso es que esos descargos públicos no resuelven nada, pero sí cumplen una función, nos hacen sentir protagonistas de nuestra propia telenovela.
En vez de hablar cara a cara, cosa que nadie hace, porque si es real hay que tenerlas bien en su lugar, soltamos la indirecta en la plaza virtual, convencidos de que todo el mundo está mirando.
Y, aunque pocos respondan, nosotros creemos haber dado un golpe de efecto.
El problema es que esas narrativas inventadas no solo nos enredan a nosotros, sino que contaminan a los demás.
Que también las necesitan…
Y, terminamos atrapados en un guion que nosotros mismos escribimos y actuamos como si fuera cierto. Quizás la salida esté en preguntarnos: ¿realmente pasó lo que imagino? ¿O lo inventé para darle sabor a mi vida?
Es que no hay nada más agotador que vivir peleas que nunca existieron, ni más absurdo que protagonizar berrinches que solo existen en nuestra cabeza… y en nuestro muro de Facebook. ¿No?
Abrazo, Nelson


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