Desde el prejuicio social… La estética del villano

Actualidad27/10/2025 Por: Profe, Nelson Borges
Glass

Estimado/a lector/a, quiero contarte y compartirte una obsesión que me acompaña desde hace tiempo, y es la belleza del mal. 
No hablo de su violencia, ni de su daño, sino de su forma. De lo exterior.
De cómo el cine, la literatura y los cómics nos enseñan a ver el mal antes de que siquiera lo pensemos. 
Pero vamos a ello, la estética del villano es, en el fondo, un asunto sensorial, de sentidos, de lo que vemos, creemos estar mirando lo ajeno, pero terminamos mirando algo que nos pertenece.
El otro día miraba, y analizaba en una película, en Glass, de M. Night Shyamalan. 
Allí, los “villanos” no son meros antagonistas. Para nada, son mucho más.
Mr. Glass, con su andar frágil, flaco y su traje púrpura, parece un dandy filosófico.
Todo en él está diseñado para provocar contradicción, su cuerpo débil se quiebra, pero su mente es de acero.
Es, en cierto modo, un artista del mal, un hombre que busca sentido en la destrucción como otros lo buscan en la pintura. 
En la Bestia, por otro lado, se nos presenta como un monstruo con alma mística. 
Su estética mezcla el sacrificio con la brutalidad, el fervor con el sudor. Y lo que más me inquieta, estomados, es que ambos terminan siendo profundamente humanos.
Shyamalan, con esa obsesión por los reflejos, parece decirnos que los villanos son solo otra superficie del mismo vidrio. 
La luz afecta la visión, lo hace distinto, pero el material es el mismo. 
Y eso me perturba porque implica que, en algún punto, todos podríamos reflejar lo que tememos ver.
Desde siempre, el arte nos ha enseñado a leer el mal con los ojos, con el prejuicio, antes que con el alma. 
El cine negro usó la sombra como idioma. Hitchcock jugó con los contrastes, Kubrick con la geometría. 
Pero incluso antes de ellos, la literatura ya había definido un canon estético de la oscuridad. Pienso en el Lucifer de Milton, tan altivo, tan hermoso, que su rebeldía.
Pienso en Dorian Gray, cuyo rostro impoluto encubre un retrato podrido por dentro. Y en Raskólnikov, el asesino de Crimen y castigo, que no mata por maldad, sino por una teoría filosófica sobre el derecho a trascender la moral común. 

¿No hay algo fascinante en eso, lector? Lo bello y lo perverso conviviendo en el mismo gesto.
Y luego están los villanos de los cómics, que llevan la estética a un nivel casi ritual. 
El Joker, por ejemplo, no viste de oscuro, lo hace de morado, verde y carmín, colores que gritan vitalidad, no muerte. Su sonrisa es tan absurda que resulta perturbadora. 
El caos, en él, tiene forma de carnaval. Magneto, en cambio, es el opuesto, la elegancia metálica no es capricho, sino memoria. 
Sobrevivió al Holocausto, y su dureza estética es también armadura moral. 
O Venom, mi favorito, mitad monstruo, mitad redención, cuya forma líquida refleja la lucha interior de todo ser humano entre control y deseo.
Incluso en el universo literario de los cómics más recientes, hay villanos que parecen diseñados para seducirnos visualmente antes de aterrorizarnos.
Harley Quinn con su estética punk y su sonrisa desquiciada; Thanos, que viste como un emperador romano y habla como un filósofo estoico; o Killmonger, el antagonista de Black Panther, cuya ira es tan comprensible que su “maldad” se desdibuja entre la justicia y la revancha.
Y entonces vuelvo a Glass, y me doy cuenta de que todos ellos (Glass, Joker, Magneto, Lucifer) tienen algo en común: el mal que encarnan no es pura destrucción, sino un reclamo de sentido. 
Son personajes que cuestionan las reglas, que rompen el equilibrio estético de lo bueno. 
No buscan ser odiados, ¿entendes? buscan ser comprendidos.
Lo inquietante, lector, es que la estética es su primera defensa. 
Nos atraen antes de que sepamos por qué. Su lenguaje visual nos seduce: el brillo del púrpura, la línea de una sonrisa torcida, la calma antes del caos. 

No se trata de justificar el mal, sino de entender cómo lo miramos. Porque la forma en que el arte lo viste dice mucho de cómo nosotros mismos lo toleramos o lo rechazamos.

A veces pienso que el verdadero poder del villano está en esa capacidad de recordarnos nuestra propia ambigüedad. 
Lo feo y lo bello, lo justo y lo cruel, lo racional y lo instintivo, se entrelazan en su figura como en un espejo roto. 
Cada fragmento devuelve una imagen distinta del espectador.
Por eso, querido lector, la próxima vez que veas a un villano, en una película, en una novela o en la viñeta de un cómic, no lo apartes tan rápido de tu mirada. 
Pregúntate qué hay detrás de su forma, de su gesto, de su color. 
Quizás descubras que lo que te fascina no es su maldad, sino su coherencia estética, esa manera de ser plenamente ellos mismos en un mundo que los llama locos.
Y tal vez, si te animas a mirar más hondo, adviertas que todos llevamos dentro una pequeña porción de Mr. Glass, un destello del Joker, una sombra de Macbeth o una cicatriz de Magneto. 
Que la estética del villano no está allá afuera, sino en ese rincón íntimo donde el miedo se encuentra con la belleza…
Nelson

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