

Las muertes de personas en situación de calle no pueden ser una estadística más. No pueden ser el telón de fondo de discursos bien intencionados ni una excusa para ocultar ineficiencias que hace años arrastramos. Esta semana, cuatro personas fallecieron a la intemperie. Cuatro historias truncas. Cuatro rostros que se desdibujan en el frío, mientras el Estado y la sociedad miran hacia otro lado.
El ministro de Desarrollo Social, Gonzalo Civila, reconoció problemas en la captación —es decir, en la salida activa de los equipos a buscar y asistir a quienes viven en la calle— y anunció la implementación de “duplas en territorio”. A la vez, hizo hincapié en que no se debe hacer de esta tragedia un botín político. Tiene razón: el dolor humano no debe usarse como bandera partidaria. Pero tampoco debe servir como escudo para la falta de resultados.
La situación no es nueva. Todos los inviernos, la tragedia se repite como un ciclo sin fin. Gobierne quien gobierne. Y cada año, la promesa es la misma: más cupos, más equipos, más coordinación. Pero las muertes siguen ocurriendo. El sistema reacciona tarde o, directamente, no reacciona. Porque una alerta que no se atiende a tiempo es una vida que se pierde.
Civila aseguró que ya superaron los 2.000 cupos nocturnos y que se están haciendo intervenciones sanitarias. Bien. Pero es evidente que no alcanza. Porque no se trata solo de tener camas. Se trata de entender que la persona que vive en la calle muchas veces no llega al refugio sola. Se necesita abordaje profesional, sostenido, constante. Y sobre todo: voluntad política de fondo.
No hacer de esto un botín político no puede significar callar o maquillar lo que está mal. La oposición tiene la responsabilidad de ejercer el control. El oficialismo, la obligación de gobernar, no de esquivar preguntas con promesas abstractas.
La calle no puede seguir siendo un lugar para morir en silencio.
La calle no puede ser solo un tema de invierno.
La calle no puede ser el fracaso colectivo que aceptamos como inevitable.
Que la política no use a los más vulnerables, pero tampoco los abandone. Porque cuando eso pasa, ya no es una omisión. Es complicidad.


¿Y ahora quién carga con el fardo?



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