La novela de María Noel Toledo es realista, y muy amena. Se presenta como un relato inconcluso, debido, claro está, a su forma autobiográfica. La estructura lineal y abierta, sin tensión dramática. Consta de 31 episodios y un glosario. La narración en primera persona presupone, en la ficción, que la autora es la protagonista. Y esa dualidad protagonista-narradora permite la ilusión de contemplar la vida misma sin ningún intermediario: aparece una niña que nos invita a compartir sus experiencias. Este hecho determina la forma laxa y abierta, fragmentada, donde los episodios se suceden sin que advirtamos una estructura rigurosa. No hay tensión, ni convergencia hacia un centro, tampoco unidad de acción, todo se concentra en la protagonista, que es el hilo conductor de la narración.
La narradora revive el tiempo del acontecer con tal lozanía y viveza que tenemos la impresión de vivir junto a Marinola, de sentir con ella, de transitar, en su compañía, los espacios de Montevideo, Barrancas, y Minas en alguna ocasión. Nos sentimos inmersos en los aconteceres de ese año, 1968, sin que se produzca ninguna quiebra entre el tiempo del acontecer y el tiempo de la narración. A esto contribuye el manejo de un estilo conversacional y una adecuación al tono de la narración con las reacciones típicas de la infancia. De igual modo que a la concisa sencillez, el uso de refranes castellanos, el buen humor, las expresiones peculiares del siglo XX y el fino sentido de esta selección.
Si tenemos que definir su condición literaria, de los dos carriles que existen, hablando en general sin referencia a géneros, reconocemos una literatura de esparcimiento y otra de denuncia. Este libro intenta abrir un espacio de encuentro a través de una serie de cuestionamientos que denuncian sin crispación, ni victimización. El plano ideológico emerge a través de los comentarios de los adultos, algunos velados, otros explícitos, que se van deslizando a la superficie de la conciencia, o de la intuición, de Marinola, quien construye sus propias conclusiones con la cándida lucidez de una niña de 6 años, lectora y reflexiva. Aunque algunas veces, sus apelaciones filosóficas resultan más inherentes a la narradora madura y ducha que a la infanta.
Asistimos al reconocimiento de los valores que sustentaron la vida cotidiana de la época, derivados del cine, la moda, la música, los estratos sociales, las relaciones familiares, la angustia económica y el conflicto político. Representados, simbólicamente, por Brigitte Bardot, Batman y Pacheco. Por otro lado, tenemos a Marinola, con sus procesos cognitivos necesarios para asimilar esa realidad. Es la espectadora, y protagonista, lúcida, inteligente, con una aguda visión del mundo, de lengua a veces punzante, otras desopilante y preocupaciones amplias para su edad. Siguiendo el consejo de Ricardo Piglia, quien sostiene que para leer hay que saber asociar, sostengo que Marinola se parece bastante a Mafalda y un poco al Tarumba -personaje de la historieta “es al ñudo rempujar” de Carlos Liscano- en cuanto a que parodia una sociedad hipócrita, y su tarea moralizadora de la palabra, todo muy bien humorado.
Como dice Roland Barthes “Lo que me gusta de un relato no es directamente su contenido ni su estructura, sino más bien las rasgaduras que le impongo a su bella envoltura: corro, salto, levanto la cabeza y vuelvo a sumergirme.” Es lo que pasa con esta novela, inocente solo en apariencia.
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