El pasado 19 de febrero se conmemoró 1 año más de su muerte ocurrida en 1868. A eso se deben estas líneas de hoy.
Antes de seguir quiero dedicar estas líneas al Profesor Blas Abel Mello fallecido días pasados quien fuera un gran profesor de historia y con él mucho aprendí.
Según el escritor Lincoln Maiztegui Casas, este presidente es ignorado por algunos, minimizado en su importancia por otros, a veces más respetado por la historiografía colorada que por la que proviene de sus correligionarios blancos. Su larga trayectoria política como parlamentario y lúcido analista político es apenas conocida por la mayoría del país, incluidos en la misma los que se interesan por su pasado. Ni siquiera su dimensión trágica ha alcanzado para atraer sobre su ilustre figura la atención que merece.
Bernardo Prudencio Berro y Larrañaga, nació en Montevideo el 28 de abril de 1803. Su vocación política fue tardía. Hasta los 25 años estuvo al margen de esa actividad, estuvo al frente de un negocio de ramos generales que su padre poseía en la Aguada.
Una noche de 1825 fue agredido por soldados brasileños, que lo increparon por su adhesión a la causa patriótica. Herido en lo profundo de su dignidad, Bernardo se presentó a Manuel Oribe, por entonces sitiador de Montevideo; éste lo nombró segundo comisario de guerra.
En 1833 fue electo diputado por Maldonado, pese a que él no había autorizado su inclusión en lista alguna. Renunció a esa banca, pero al producirse el levantamiento de Rivera contra Oribe, en 1836, se alistó con su gente y luchó en la batalla de Carpintería, del lado del gobierno; recibió allí el grado de Capitán.
El año 1836 sería fundamental en su vida. Fue elegido diputado y esta vez aceptó, dando inicio a su decisiva carrera política. Al producirse la caída de Oribe y la disolución de las cámaras, Berro se marchó a un establecimiento rural en Mansavillagra.
En 1842 viajó a Brasil con su familia, regresó a los 20 meses cuando Oribe ya sitiaba Montevideo. Radicado en el Cerrito, fue redactor de “El Defensor de la Independencia Americana” junto a Eduardo Acevedo y Carlos Villademoros, juez provisorio de primera instancia y luego miembro del Tribunal de Apelaciones.
En 1845 fue designado ministro de Gobierno (Interior), cargo que conservó hasta el final de la Guerra Grande.
Finalizada la Guerra Grande fue electo nuevamente senador por Minas (1851) y luego Presidente del Senado. Recibió el Poder Ejecutivo de manos de Joaquín Suarez el 15 de febrero de 1852 y lo ejerció interinamente hasta el 1º de marzo.
Entre octubre de 1852 y enero de 1853 Berro volvió a ser presidente interino de la República, con motivo de un largo viaje del presidente Giró por todo el país. Berro llegó a ser ministro general, y resistió la caída del presidente en 1853.
En 1856 fue electo senador por Maldonado y luego presidente del Senado. Por entonces sus análisis sobre el país, su independencia y las necesidades de su política alcanzaron grados de profundidad incomparables. Se mantuvo a distancia de la camarilla que rodeaba el presidente Gabriel A. Pereira, responsable de la Hecatombe de Quinteros (1858). Ello, y el prestigio intelectual que demostraba su figura, determinaron que el 29 de febrero de 1860 las cámaras lo votaran por amplia mayoría como nuevo presidente de la República.
Su período Presidencial (1860 – 1864), alterado gravemente a partir de 1863 por la Revolución de Venancio Flores y la Intervención Extranjera, fue el intento más serio realizado hasta entonces para transformar la sociedad oriental en una democracia moderna y para reafirmar la Identidad Nacional. Su gobierno definió la estricta neutralidad del país en los conflictos de los países vecinos, prohibió por decreto el empleo de las antiguas divisas y aprobó una amplia ley de amnistía.
Resistió las presiones extranjeras (Brasil, Inglaterra, Francia) que exigían compensaciones por su participación en la Guerra Grande; realizó grandes esfuerzos para mejorar la producción agropecuaria y los primeros intentos de conservación de la carne por medios frigoríficos; disminuyó la deuda pública; creó la moneda nacional; condujo una ambiciosa labor de población en la frontera norte como lo fue la fundación de Ceballos (hoy Rivera); defendió la libertad de los esclavos brasileños que escapaban a nuestro territorio, lo que comprometió sus relaciones con Brasil.
Saneó el sistema electoral hasta el punto que, por única vez en el siglo XIX, en las elecciones legislativas los candidatos del gobierno fueron derrotados; estableció el voto secreto para las elecciones municipales, como paso previo a su instalación como sistema general.
El 1º de marzo de 1864 cedió el mando presidencial al presidente del Senado, Atanasio Aguirre. Luego de la caída de éste y de la guerra de la Triple Alianza, Berro se erigió en el líder del Partido Blanco.
El 19 de febrero de 1868 encabezó un movimiento revolucionario en Montevideo que fracasó y durante el cual fue asesinado en circunstancias nunca aclaradas el caudillo colorado Venancio Flores, que acababa de dejar el poder. Berro fue tomado prisionero ese mismo dia, deslindando toda responsabilidad en la muerte de Flores. Fue masacrado y ejecutado brutalmente en el Cabildo y su cadáver arrastrado por la calle.
Fue aquella la tragedia esencial de la vida de aquel hombre, que había sido enemigo de las divisas y encontró la muerte enarbolando una de ellas, la divisa blanca, una tarde terrible del tórrido febrero; una divisa que ni siquiera le ha brindado el reconocimiento que su sacrificio y toda su trayectoria merecen.
Según un posteo en Facebook de Gustavo Carvalho.